¡Hola! Una persona de mi entorno se plantea casarse y le surge la eterna duda acerca de las invitaciones por compromiso. Es un tema muy personal, pero claro, si a mi me preguntan yo doy mi punto de vista.... y seguro que por aquí encontramos opiniones muy diferentes... Veréis, yo me casé hace un año, mi experiencia en asistir a las bodas de los demás fue escasa, pero hubo dos bodas anteriores a la mía que me hicieron darme cuenta de dos premisas con lo que respecta a los invitados, y que apliqué en mi propia boda. Ahora os cuento qué pasó en cada una.
1) Si invitas a tu boda, se supone que los novios tenemos que disponer de un mínimo de tiempo y de iniciativa para acercarnos a nuestros invitados, abrazarles o darles un beso, charlar un poco, agradecerles que hayan venido, preguntarles como lo están pasando, hacernos fotos con ellos....
Me ocurrió lo siguiente en la boda de un primo de mi marido. Éramos unos 100 invitados, más o menos como en la nuestra. Seguramente, la pareja acordó previamente que, para economizar tiempo, el novio se encargaría de pasar a ver a su familia y amigos, y la novia haría lo propio con la suya. Resultado: la familia del novio acabó muy molesta y dolida al sentirse ignorada por la novia. No sé si en mi boda alguien se sintió así, pero desde luego que mi marido y yo nos mentalizamos con que todos los asistentes eran invitados de ambos.
2) Si por la razón que
sea acaba siendo invitada a tu boda una persona que no tiene una relación
estrecha con los novios, es posible que le suponga un compromiso desagradable y
que prefiera no asistir. Esto a veces ocurre incluso con gente cercana, pues
más motivo con quien no lo es.
En este caso, la experiencia incómoda fue respecto a una boda a la que NO asistí; a raíz de las cosas que ocurrieron entorno a las invitaciones, decidí que en la mía no pasaría algo así si podía evitarlo. Imaginaos que recibís la invitación de un conocido de tu novio al que habías visto dos veces en tu vida. Yo antes asumía que si te invitan, has de ir, aunque a esta no me apetecía nada. Ni si quiera era por no conocerle apenas, si no porque este chico es de esas personas que, por comportamientos que ha tenido, no quieres tener cerca. Para que os hagáis una idea del tipo de individuo, una vez organizó una barbacoa en su casa, en la que cada invitado le aportó al anfitrión una cantidad de dinero para destinarla a comprar la comida y las bebidas. Mi marido, que tenía un curso, llegó, junto a otro amigo que trabajaba, a las tres de tarde. Pues bien: para entonces todos habían comido ya y les habían guardado un poco de carne. En general, se descubrió que, para lo que se había pagado, todos habían comido poco, hasta que al abrir la nevera, vieron una bandeja de carne sin cocinar que estaba en el ticket de compra. El anfitrión aseguró que era la carne que tenía para el día siguiente, que venían sus suegros, que la había comprado él aparte. Creo que la situación era tan inverosímil que los amigos decidieron no enfrentarse y limitarse a no volver a organizar ningún evento en su casa. Pero claro.... llega su boda, y como comprenderéis, la gente no se volcó especialmente. Me di cuenta de que algunas personas del círculo de "amigos" tenían intención de ir a la boda en función de si iba o no iba aquel amigo o aquel otro, que el novio les importaba un bledo, o que se esperaban a dar el regalo según vieran el tipo de evento, y que alguno de los amigos más cercanos, se habían cabreado con el novio por alguna movida reciente y que directamente rechazaron la invitación. Uno de los invitados, que acabó declinando también, coincidió tiempo después en otro evento con el recién casado, este se le acercó, le estrechó la mano y se le presentó: "Hola, soy ***". Se quedó a cuadros: no es muy normal que alguien te invite a su boda y al poco tiempo se presente como si no te conociera.... Al final, mi marido le puso una excusa y no sabéis el alivio tan grande de no asistir a una boda en esas condiciones.
Por este motivo, cuando en mi boda surgió un conflicto a raíz del tema de las invitaciones, fui muy radical, quizá demasiado, y no quisimos invitar a nadie que no estuviera lo suficientemente vinculado con nosotros.
Os cuento. Nuestra boda se pagó en tres partes: nosotros, mis padres y mis suegros. Todo lo decidimos prácticamente los novios, contando con su visto bueno, por supuesto; aunque por suerte, estamos todos muy bien avenidos, confían mucho en nuestro criterio, y cualquier opinión por parte de ellos fue bien recibida y tenida en cuenta siempre. Es decir, ponernos de acuerdo los seis fue muy fácil en todo.
Ahora bien, el tema de las invitaciones me generó un pequeño conflicto con mis padres por el que estuvimos unos días sin hablarnos y por el que quise cancelar la celebración si no entraban en razón. Todo empezó con una insinuación por parte de ellos acerca de la posibilidad de añadir más invitados a la lista, ya que pagarían su cubierto. Me quedé muy sorprendida, pues pensé que en la lista estaba quien debía estar, y les pregunté que a quien más querían invitar. Se encogieron de hombros y no supieron mencionarme a nadie en concreto. Les insistí, y poco a poco fui entendiendo que les apetecía invitar a amigos suyos a los que yo podía haber visto una o dos veces en mi vida, y con los que ni siquiera ellos tenían una amistad de hacía tantos años. Les dije que hoy en día las bodas no eran como las de antaño, que asistía ciento y la madre, que se hacían más íntimas y solo con gente cercana a los novios. Que pensaran además que incluso el hecho ser invitados les podía suponer un compromiso desagradable. Os prometo que a mis padres no les hubiera gustado nada ser invitados a la boda de una hija de sus amigos a la que apenas conocieran. Les dije literalmente que sus amigos no pintaban nada en mi boda, que no tenía sentido, y mi padre, muy indignado, se defendió alegando que si mi novio invitaba a sus amigos, a ver por qué él no podía invitar a los suyos. Y yo, convencida de mi verdad y sin querer ceder ni un ápice en este aspecto, zanjé el asunto diciendo que, si íbamos a tener ese tipo de discusiones sin necesidad, cancelaba la celebración, firmaba en el juzgado y se acabó. Nosotros además invitábamos a toda la familia cercana, mientras que mis suegros se ciñeron a la familia con la que más relación tenían; a mi me daba apuro que se llenara la boda de desconocidos, por mucho que pagaran mis padres el cubierto.
A la semana siguiente, las aguas volvieron a su cauce y se olvidó el asunto. Se respetó la lista inicial y no hubo ni un solo problema más. El día de la boda asistieron casi 100 invitados, y si es cierto que, por querer hablar con todos, no probamos el aperitivo, pero es que tampoco nos importó: nos alegrábamos de que todos ellos nos acompañaran en ese día. Había además muy buen rollo entre ellos, porque al haber invitado a las dos despedidas de soltero a todos los hombres y mujeres (familia y amigos), muchos ya se habían conocido previamente. Pasada la boda, mi madre se lamentaba de no haber podido disfrutar al 100%. Se sentía abrumada al no poder pasar tanto tiempo con su familia, estando allí también la de mi padre, que eran menos, y a la que también quería atender; mi padre iba a su bola, aunque se lleve bien con su familia, él está con quien le apetece estar. Y digo yo.... ¿Entonces qué hubiera pasado si hubieran invitado a su círculo de amigos? ¿Cómo lo hubieran gestionado si ya mi madre con la familia no daba a basto?
Y os pregunto: ¿Cómo se lo montan los novios en las bodas de 200 y 300 invitados para estar por ellos y que nadie se sienta desplazado e ignorado? ¿Cómo le das a cada invitado su lugar cuando asiste gente a la que apenas conoces? ¿Vale la pena que se complique la organización y aumente el trabajo solo por compromisos que incluso vienen desganados (como es lógico), o que te marearan para ponerte una excusa y no asistir finalmente? Me gustaría leeros, sé que no todo el mundo opinará como yo: todas coincidís en que si pagan los novios, ellos deciden.... Pero ¿Y si los padres colaboran con los gastos, hasta qué punto hay que ceder? Yo no cedí, por todo esto que os he contado...